lunes, 31 de agosto de 2009

LA GRIPE PORCINA Y SUS IMPACTOS

Recapitulando la influenza y sus impactos, nos mandó una carta muy interesante el Dr. Alberto Palacios Boix , jefe del Departamento de Inmunología y Reumatología, y

Psicoterapeuta del Hospital Ángeles del Pedregal, que me permito compartirles:

Hace cuatro meses, los mexicanos despertamos con la noticia de que un nuevo virus, de origen porcino y causante de muertes en personas jóvenes, obligaba a cerrar escuelas y negocios. Con el paso de los días, azorados por los reportes cambiantes e inquietantes de esta amenaza, nos recluimos en casa, compramos cubre bocas y nos preguntamos si una u otra vacuna podría protegernos de la enfermedad y la muerte.

Los centros comerciales se vaciaron, los cines y restaurantes cerraron, y la imagen de una población que se cubría el rostro se volvió el lugar común. Las noticias iban y venían, las autoridades se vieron rebasadas por el alud de información y demanda, los hospitales se saturaron y los ciudadanos vivimos de nuevo con frustración la insuficiencia de nuestros servicios asistenciales.

Poco a poco, así como llegó la marejada de incertidumbre, se desvaneció la epidemia. La vimos remontar el vuelo a países del norte, hacerse fuerte en Europa y Sudamérica, antes de que la OMS, como un elefante aterido, declarara una Pandemia, es decir, una epidemia que abarca todo el mundo, término tan novedoso como este virus recién numerado de influenza.

Lo cierto es que el virus de influenza tipo A, cuyos componentes proteicos (hemaglutinina y neuraminidasa) se clasifican como H1N1, es un viejo conocido de la humanidad. Diezmó a Europa al término de la Primera Guerra Mundial, reapareció como un fantasma después de 1947 y causó otras tantas muertes durante 10 años hasta que en 1957, coincidiendo con aquel terremoto que abatió al Ángel de la Independencia, desapareció. En su lugar, por competencia ecológica, se instaló el virus denominado H2N2 por sucesión, cuando los inmunólogos de entonces se percataron de que las vacunas previas dejaron de ser eficaces. Un nuevo brote de virus H1N1, distinto al de cada invierno, se identificó en enero de 1976 entre los reclutas de la base del ejército norteamericano en Fort Dix, New Jersey, con 230 casos y una sola muerte. Se habían detectado casos de influenza porcina que infectaron a pacientes aislados en 1958 y 1974, pero sin desatar ningún alcance epidémico. La variante que estamos combatiendo en 2009, es una azarosa recombinación de virus procedentes de aves (25%), cerdos de crianza (60%) y especies que habitualmente infectan al hombre (15%), como puede verse en el esquema publicado por el New England Journal of Medicine en Mayo 7 (10.1056/NEJMoa0903810).

La influenza humana se conocía antes de 1918, pero para los granjeros del mundo (y en especial, los de la Exposición Porcina de Cedar Rapids, Iowa), la merma de cerdos en ese año fue inusitada. Hoy sabemos que muchos de esos genes virales con predilección porcina se preservaron y volvieron a adquirir potestad en la patología humana probablemente cerca de Perote, Veracruz, durante la pasada temporada invernal. La diseminación mundial, que alcanza ya doscientos mil infectados y alrededor de 1% de fallecidos, se debe a la enorme movilización de seres humanos que hoy cruzan fronteras de un día para otro. Por fortuna, estamos mejor nutridos que en 1918, los servicios de salud actuales son eficientes, adoptamos medidas expeditas de aislamiento y hemos podido identificar a los más susceptibles (niños y jóvenes que nacieron después de 1957, individuos con sobrepeso y embarazadas, enfermos crónicos, asmáticos, inmunodeficientes, etc.) para contrarrestar su diseminación. Pero seguimos expuestos.

Entendimos pronto que los síntomas respiratorios y los dolores musculares típicos de esta influenza son más abruptos y de menor duración que las molestias de la influenza H3N2 que llega cada invierno. Pero que si progresan, el riesgo de comprometer los pulmones y causar una grave insuficiencia respiratoria es alarmante. Por tanto, quienes tienen trastornos que debiliten la función respiratoria deben medicarse de inmediato con Tamiflu (Oseltamivir 75 mg en adultos, 25 mg en menores) y mantenerse bajo vigilancia en espacios bien ventilados. Aprendimos también que para los niños con asma, las embarazadas y parturientas, así como el personal de salud infectado, el tratamiento con antivirales inhibidores de neuraminidasa es imperativo. Pese a ello, las formas leves abundan y la fatalidad de este nuevo virus se mantiene especulativamente por debajo del 1%.

De las pruebas disponibles para su diagnóstico, la prueba rápida de exudado faríngeo o nasal permite sugerir la presencia de Influenza A o B, pero su sensibilidad es sólo del 70%. Así que el consenso mundial es que la única prueba fidedigna para diagnosticar Influenza A H1N1 es la reacción de polimerasa en cadena con transcriptasa reversa (RT-PCR), que consiste en detectar el DNA viral específico. En México, pocos laboratorios de referencia disponen de esta prueba y lo mejor es consultar al médico cuando se sospechan síntomas de nueva gripe.

No hay vacuna específica y no se tiene prevista antes de octubre 15, si las pruebas de campo son confiables. Ya se le ha bautizado como California H1N1 a esta nueva cepa, porque ahí se documentó primero (como sucede con las de influenza estacional, denominadas Brisbane, New Caledonia, Hong Kong, etc.). Sabemos que su infectividad es alta, pero su índice de mortalidad no se acerca ni remotamente al de la influenza aviar H5N1 que tanto pánico causó hace un lustro. Pero el efecto psicológico de vernos atrapados en una pandemia ha tenido consecuencias notables en la economía, la movilidad social y la salud preventiva de muchos países alrededor del mundo. Las muertes en jóvenes o parturientas siempre alarman, sobre todo cuando se trata de gérmenes que responden a los antivirales clásicos (Oseltamivir y Zanamivir), con síntomas tan reconocidos o frente a la impotencia de contar con recursos técnicos que no alcanzan.

He llamado a esta entrega “re-capitulación” porque aún nos queda aprender de esta experiencia y enriquecer nuestras estrategias preventivas, fortalecer nuestro arsenal microbiológico y cultivar nuestra higiene ambiental. En fin, estamos ante la incógnita de si seremos capaces, en comunidad y solidariamente, de cerrar este capítulo o de capitular como especie.

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